Una vez alguien preguntó en un grupo de Facebook de afectadas por fibromialgia, ¿Qué echábamos de menos de nuestra vida antes de estar enfermas? Y mi respuesta sorprendió a más de una, porque yo no echo nada de menos. Es cierto, no echo nada de menos, porque prefiero vivir el presente. Añorar los viejos tiempos, y mortificarnos por lo que podría haber sido y no fue es agotador. Vivir en el pasado acaba con nuestra energía física y mental. Además, mientras perdemos el tiempo en recordar, en lamentarnos por lo perdido, por lo no vivido, estamos desperdiciando el presente, un maravilloso presente que pasa rápido y no vuelve.
Qué he
perdido muchas cosas, pues sí, como todas, pero también he ganado otras muchas.
Perdí el trabajo, tuve que cerrar un negocio por no poder atenderlo, no podía
trabajar más que un par de horas seguidas, perdí amistades, por los continuos
cambios de planes y el aislamiento, perdí mi independencia, utilizaba muletas
para poder andar e incluso en ocasiones silla de ruedas. Perdí mi salud, no
sólo física por la fibromialgia y los múltiples síntomas y síndromes asociados
que sufría, sino también mental, por el profundo caos en el que se vio sumida
mi vida. Pérdidas... pérdidas que nos atan al pasado,
que nos impiden avanzar, que nos dificultan adaptarnos a las nuevas situaciones,
a los nuevos retos que nos plantea la vida; pérdidas que nos obstaculizan en el
proceso de conocimiento, aceptación y adaptación de la enfermedad.
Qué viva el presente no significa tampoco
que renuncie a mi pasado, ni mucho menos, pero no se convierte en una atadura
para mí. Creo que se puede sacar provecho al pasado, a los recuerdos, buenos o
malos; aprendiendo de ellos, ya que pueden servir de lecciones de vida, para
conocernos mejor, para crecer, para madurar.
Para mí,
centrar mi atención en el presente tiene muchos beneficios, me permite
disfrutar de cada detalle, de cada momento de mi vida, y apreciar lo bueno que
hay en ellos, lo extraordinario, lo mágico; y sé que puede parecer una
tontería, pero para mí por ejemplo sentir el sol, la luz cuando salgo de casa
me hace feliz, me llena de vida; o la ducha, el agua caliente, me siento
afortunada, me relaja, y la disfruto enormemente; o sentarme en mi sofá y mirar
mi casa, mi hogar, me siento tan feliz, tan relajada. Son pequeñas cosas, que
normalmente pasan desapercibidas para la mayoría, que pasaban desapercibidas
para mí; hasta que decidí parar mi vida y darle otro sentido.
Ahora para
mí, la vida, no es una mera sucesión de horas, días, semanas, es sentir, es
disfrutar de todo lo que me rodea, porque he elegido vivir a pesar de la
enfermedad, he decidido que la vida es maravillosa y vale la pena vivirla, y la
fibromialgia es sólo una enfermedad, que me limita, sí, pero estoy viva, y
quiero vivir, sentir disfrutar.
Sé que lo
repito mucho, que siempre estoy con la misma historia, pero es cierto, he
elegido vivir, disfrutar, y en ello centro mis energías; así cuando estoy en
casa con mi hija me centro en compartir momentos con ella, y qué más da si hoy
no paso la mopa o limpio el polvo, prefiero tumbarme con ella en la cama y
contarnos nuestras cosas, recordar historias, hacernos cosquillas; porque es lo
que realmente me hace feliz, me duela o no. O cuando llega el fin de semana,
prefiero salir y disfrutar del sol, de un paseo por la playa, de un vermú en
buena compañía, porque me va a doler igual, así que para qué quedarme en casa,
si el sol me da la vida, si la compañía me hace feliz, salgo y vivo. Y así podría
seguir con montones de cosas, me quedo con lo bueno de la vida, porque lo hay,
a pesar de tener una enfermedad crónica, a pesar de tener fibromialgia desde
hace tantos años, para mí, la vida, sigue estando llena de cosas
extraordinarias.