A veces
pienso que los que leen mis publicaciones en redes sociales o en mi blog, deben
creer que soy una mezcla de Teletubbie y el Osito de Mimosín, siempre feliz, de
buen rollo, repartiendo abrazos, flores y purpurina.
Pues no, la
verdad es que no soy así. Es cierto que soy feliz, y que me gusta reflejar buen
rollo, paz, tranquilidad, alegría, es cierto que soy muy mimosa; pero no
estornudo purpurina.
Me gusta el
silencio, la paz, la calma, la soledad; me gusta sentarme a leer en silencio,
que pasen las horas; me gusta no encender la tele en días, me gusta estar a
solas.
Y es que no
me gustan los ruidos, los gritos, las discusiones, los olores fuertes, los
sitios cerrados. No me gusta el transporte público, ni que alguien se siente a
mi lado en una sala de espera, o en el cine. No me gusta que me den
conversación los camareros, ni las cajeras del Mercadona. No me gusta que se acerque mucho la persona
que está detrás de mí en una cola, ni que me pregunte cosas. No me gusta hablar
por teléfono, y menos por la calle. No me gustan las visitas que no están
programadas, me dan miedo las sorpresas. No me gusta ir a la playa acompañada,
ni la gente que tarda en salir con el semáforo verde.
Vamos que no
me gusta la gente.
Ahora ya no
parezco tan superguay, ¿verdad?
Y tengo mis
días malos, y mis días aún peores, en los que me retuerzo de dolor porque
siento como si me arrancaran la carne, como si alguien tirara de mi columna
vertebral intentando arrancármela, días en los que mis piernas me queman de
dolor y no puedo apenas moverlas, como si hubiera corrido 3 maratones seguidos,
días en los que no puedo pensar y difícilmente puedo seguir una conversación
porque mi cerebro está apagado, días en los que escasamente duermo 2 o 3 horas…..estos,
estos son los días jodidos, muy jodidos.
Y lo curioso
es que los días normales, lo que yo llamo un día normal, un día bueno, lo es
sólo para mí, la mayoría de gente que conozco, familia, amigos, vecinos y
demás, si pasaran 3 días seguidos de los que yo llamo normales o buenos,
acabarían en urgencias, en el médico asustados y sin dejar de quejarse de lo
mal que están, de que no se pueden mover, de que no pueden seguir así…. Y eso
para mí, es un día de lo más normal.
Hoy es un día
bueno para mí, me encuentro bien, y para que entendáis mi concepto de
estar bien, mientras escribo estas
líneas cómodamente en mi sofá, tengo un cojín en la espalda para mejorar la
postura e intentar mitigar el dolor de espalda que tengo; mis piernas están
estiradas sobre el sofá, y en un talón noto los pinchazos de algo que se está
gestando ahí, y en el otro pie ya es más que evidente el dolor de otra fascitis
plantar más; la mano derecha me duele, así sin más, porque en la fibromialgia
no necesitamos un motivo para que nos duela; y cada poco tengo que mover el
cuello, estirarlo, cambiar de postura para aflojar la presión, el dolor que
siento. Pero que hoy es un buen día, de verdad, y eso que en cuanto me levante
tardaré un par de minutos en poder andar con normalidad, y necesitaré estirar
la espalda poco a poco, sin embargo, me siento bien.
Y es que yo
he decidido sentirme bien; porque una de las cosas buenas que tenemos los seres
humanos, es que podemos elegir cómo sentirnos y reaccionar ante las
circunstancias, tenemos el poder de elegir, y yo he elegido sentirme bien.
No puedo
elegir tener o no fibromialgia, pero sí como enfrentarme a ella, sí cómo
comportarme, cómo adaptarme, cómo vivir con ella sin que se convierta en el
centro de mi vida, porque la tengo, es cierto, tengo fibromialgia, una
enfermedad crónica, pero nada más, no le doy más importancia de la que tiene,
ya que en mi vida hay muchas cosas más, muchísimo más importantes, que me hacen
feliz, que me llenan de vida, que me hacen sonreír, y es en ellas en las que
quiero centrarme.
Quiero
centrarme, y me centro en sentir, en vivir, en disfrutar todo lo maravilloso
que hay en mi día a día, y son muchas cosas, más de las que pueda parecer;
porque a mí me hace feliz abrir la puerta de mi casa y sentirme en mi hogar, me
hace feliz salir a la calle y ver el sol que llena de luz mi ciudad, me hacen
feliz los mensajes de buenos días de la gente que quiero, el vermú de los
sábados en buena compañía, estrenar ropa, la sensación de acostarme en la cama
con las sábanas recién puestas, mirar la lamparita del salón que a mí me parece preciosa, cocinar para alguien,
comprarle un capricho a mi hija, disfrutar con un buen libro, descubrir una
serie que me engancha, el agua caliente de la ducha…………..y así puedo seguir
nombrando cosas hasta el infinito.
Claro que no
siempre ha sido así, durante años y sin haberlo elegido, evidentemente, yo me
sentí desgraciada, débil, enferma, nada importante. Y digo sin haberlo elegido,
porque yo no sabía sentirme de otra manera, inconscientemente me sentía así, y
lo único que conseguía era no cerrar heridas, traumas, miedos antiguos, y en
consecuencia llenar más mi mochila de la resignación.
Me he tenido
que enfrentar a situaciones difíciles de todo tipo a lo largo de mi vida, injustas,
dolorosas, traumáticas, o así lo viví yo en ese momento. Pero afortunadamente
evolucionamos, crecemos, y con el tiempo he podido ver con más objetividad todo
lo sucedido, he podido verlo con el prisma de la madurez, lo cual me ha ayudado
a aceptarlo y a concederle un nuevo sentido, un nuevo significado. He
aprendido, he sacado valiosas lecciones de todo lo vivido, lo bueno y lo malo,
y sobre todo, de las malas experiencias he aprendido a descubrirme, a amarme, a
valorarme.
He crecido,
sí, he crecido, he mejorado, he madurado como persona, como mujer, y ahora
dirijo mi vida, elijo como afrontarla; esto no quiere decir que siempre todo
sea de color rosa y confeti, no, quiere decir simplemente que tengo más
herramientas que me facilitan tener otra visión sobre las cosas, que me
permiten superar las dificultades, superarme a mí misma.
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