Un pensamiento estúpido.



     Desde hace unos meses me llevan en la Unidad de Fibromialgia de mi ciudad, Alicante; es la segunda vez que acudo a ellos en estos 15 años.
     Allí, un equipo interdisciplinar nos atiende en un programa que dura entre 10 o 12 meses. En este tiempo acudimos a consulta y revisiones médicas y de enfermería, nos dan diversas charlas sobre diferentes aspectos de la enfermedad, (sueño, alimentación, memoria, autoestima, higiene postural, etc.), y tenemos un grupo de autoapoyo.

     En una de estas charlas informativas, recuerdo que el doctor nos dijo: casi todas las enfermas tenéis unas características psicológicas, emocionales, comunes; como son, por ejemplo, un sentido exagerado de la responsabilidad, una marcada autoexigencia, un desmesurado perfeccionismo, que nos hace creer que nadie lo hará mejor que nosotras; no sabemos decir no, poner límites, de manera que asumimos demasiados compromisos en el ámbito laboral y familiar, hasta llegar al agotamiento físico y mental; solemos tener baja autoestima, y así elaboró una larga lista de problemas que para nosotras no parecían tales, ya que simplemente hacíamos lo que teníamos que hacer.
Pero evidentemente también nos advirtió que no todas las personas que tienen estas características acabarán padeciendo fibromialgia, ya que también hay que tener en cuenta otros factores, como genético, experiencias traumáticas físicas o psicológicas.
     Y es cierto, en ese momento recuerdo que pensé, “Dios, que tonta he sido”, todas las características que decía encajaban en mí, todas. Claro que también he de decir que ya lo sabía, que llevo años cambiando esas actitudes, pero escucharlas todas relacionándolas con la enfermedad fue cómo sentir un fogonazo en mi cerebro; sentí como la pólvora recorría mi cuerpo, desde la planta de mis pies, quemando una mecha invisible que cuando alcanzó mi cerebro estalló, dejándome sin aire, sin aliento durante unos segundos.
     Así durante un segundo me sentí culpable; un largo y agónico segundo en el qué pensé, estoy así por mi culpa, me lo he creado yo.
     Pero fue apenas un segundo, las risas nerviosas de mis compañeras que imagino también se vieron reflejadas, me trajeron de nuevo a la realidad, y el tono amable y tranquilizador del doctor me relajó.
    Y fue así como vino a mi mente una de las ideas más estúpidas que he tenido en mi vida, por un segundo, llegué a pensar, llegué a sentirme culpable de tener fibromialgia. ¿es estúpido o no?, sí, lo es, y mucho.

      Porque realmente dejé de sentirme culpable hace muchos años; estoy enferma sí, pero yo no lo he elegido, yo no lo he provocado, yo no lo quiero.
     Cuando te enfrentas al diagnóstico de una enfermedad crónica, cómo es la fibromialgia, intentas buscar una explicación, el ¿por qué a ti?, haces una reflexión sobre tu vida, sobre tus hábitos y costumbres esperando obtener una respuesta, porque crees que la culpa está en ti.
     Hasta que no se acepta la enfermedad, no se puede empezar a luchar, y para que este proceso pueda iniciarse es primordial que el enfermo se perdone. Sí, es básico que no se sienta culpable, que se perdone por no haber llevado una dieta sana, o por no haber hecho ejercicio. Porque el perdón te reporta una paz interior que te equilibra a nivel mental, a nivel psicológico y por tanto te refuerza para poder afrontar la enfermedad de una manera equilibrada y sana y de este modo poder ir ganándole batallas.
      Aceptar la fibromialgia no es un proceso fácil, pero también es cierto que no es un camino que se haya de recorrer a solas; es básico establecer una buena relación médico – paciente, el facultativo tiene la información y las herramientas, el tratamiento que te ayudará a estar mejor; y en él se debe confiar para diseñar las estrategias para abordar la enfermedad.
     Y por supuesto es parte primordial en este proceso, aunque en ocasiones difícil de alcanzar, contar con apoyo familiar y social. Puede parecer una tontería, pero tener un entorno, pareja, hijos, familia y amigos más cercanos, que te crean, que crean en la enfermedad es un gran punto de partida. Puesto que la realidad nos demuestra que la fibromialgia no es una enfermedad creíble, y en demasiadas ocasiones nos tachan de vagos, mentirosos, exagerados, quejicas.
     Tengo una enfermedad crónica, que de momento no tiene cura, pero como he dicho antes, hace tiempo que me perdoné, hace tiempo que la acepté, y hace tiempo que dejé de luchar contra ella. Porque eso supondría darle más importancia de la que tiene, supondría centrar mi vida en torno a ella, y eso no sería justo; ni para mí, ni para mi familia y entorno más cercano; y evidentemente no sería sano.
     Tengo una enfermedad crónica y he conseguido hacerla visible, creíble en mi entorno, lo cual me ayuda a levantarme cada día, a afrontar la fibromialgia con una actitud positiva y optimista, y esto también se nota en la percepción del dolor.


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