Recuerdo.

    Recuerdo sólo momentos, situaciones, lugares, no recuerdo personas ni caras, no recuerdo olores ni gestos.
     No recuerdo porque no tenían sentido, no formaban parte de mi vida. 
     No recuerdo, simplemente no recuerdo.
   Porque nada me llegaba, nada me impresionaba, todo era gris, anodino, tedioso; rostros, cuerpos, conversaciones, todo vacuo de emociones, de sentimientos.
     Un corazón vacío, frío y  distante, quizás necio por ese desprecio a la vida.
    Pero un corazón, mi corazón, que rompí yo en miles de astillas porque sólo así se recomponen las cosas, sólo así, de la nada, puede resurgir algo nuevo, fuerte y con valor.
     Rompí mi corazón, con nervio y firmeza, a sabiendas del peligro que corría, y lo rompí con miedo a no saber recomponer lo; y mi corazón arrastró al alma, a la mente y todo mi mundo se desmoronó; todo lo que yo pensaba, lo que creía, lo que vivía, dejó de tener sentido y me vi, me sentí, hundida y desolada, empujada a un abismo tan cegador como fascinante.
   Y fue largo el camino, duro, pedregoso, pero ni un solo minuto dejé de aprender, recomponiendo las partes rotas de mi ser. Han sido años de vacío, años grises, en los que nada ni nadie ha dejado huella, años de los que no hay recuerdos más allá de algunos momentos.
    Años sin recuerdos, años de los que me avergüenzo por no haber sabido, ni querido para que negarlo, sentir.
   Me negaba esa parte de la vida, imprescindible y esencial para hallarse completo, y navegaba cómoda en un mundo plomizo y sombrío, donde las personas carecían de sentido, donde eran meros objetos a mi caprichosa merced. Y era mi necesidad de sentirme viva, mi urgencia por recomponerme, mi ansia de vivir la que jugaba en mi contra y fracaso tras fracaso mi mundo se tornaba más oscuro, más vacío; me distanciaba más de las personas, las cosificaba más, las utilizaba más. Lamentable realidad.
    Pero llegó el día, no recuerdo exactamente cuándo, en que volví a percibir que mi corazón latía, y con él asomaba mi alma tranquila y en paz. Y me hice grande, fuerte, capaz.
   Había sufrido, pero valió la pena, había crecido, me había fortalecido, mi mente más brillante y lúcida, más objetiva y sensata, más abierta y entregada, manejaba un corazón latente y vivo y una alma serena y calmada.

    Y sigo aprendiendo, sigo creciendo. 

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