Pequeñas frases.



 Buenos días, ¿qué tal has dormido?;
 ¿Cómo te encuentras hoy?                                                   ¡
Túmbate un rato y descansa.                                               ¿Puedo hacer algo por ti?                                                       Deja, ya lo hago yo.                                                             Dame las bolsas, no cojas peso.  

    Éstas son frases, pequeñas frases, pequeños gestos, que pueden pasar desapercibidos para la mayoría de personas, pero que, para nosotros, los que cargamos con la pesada losa de la fibromialgia, son un mundo.    

     Me considero afortunada, porque a diario las escucho, tengo a mi alrededor personas que me comprenden perfectamente, que me apoyan. Algunas aún sin entender muy bien la enfermedad, me aceptan y se preocupan.


     Si la sociedad, pero sobre todo, el entorno de los enfermos, entendiera la importancia del apoyo social, la vida de muchas personas sería más placentera, más tranquila. Y es que me parte el alma cuando leo, cuando escucho a compañeras enfermas decir que su entorno las tacha de vagas, cuentistas, malas madres y esposas; es tan cruel.
     Para mí, el apoyo va más allá de cogerme las bolsas para que no cargue peso; es ayudarme a afrontar la enfermedad, es entenderme y no sólo darme la razón, es estar a mi lado y adaptarnos juntos a la nueva situación.
    El apoyo ha de ser mutuo, porque para el enfermo es difícil aceptar una enfermedad crónica que provoca tantos cambios en su vida, pero para su entorno, para su pareja, familia, amigos, compañeros, tampoco es sencillo, porque se ven afectados en mayor o menor medida por esos cambios. Y es cierto también; triste, pero cierto, que los enfermos somos egoístas, y en la mayoría de ocasiones vemos el apoyo como algo unidireccional, algo que se nos ha de dar por el simple hecho de estar enfermos, algo que los demás están obligados a proporcionarnos porque tenemos una enfermedad; y no es así.
     Una enfermedad crónica como la fibromialgia, como el dolor crónico hace que se tambalee el mundo del enfermo, y por ende el de su entorno; por eso no debemos olvidarnos del apoyo mutuo.
     Como he comentado anteriormente, el apoyo va más allá de lo material, es decir, cogerme las bolsas, prepararme la cena, hacer un recado por mi. Ha de ser también emocional, y éste es el más complicado, más si cabe ante una enfermedad invisible como es la fibromialgia, que en la mayoría de los casos hace que se nos vea bien, aparentemente, “sanos”.
    El apoyo emocional es una poderosa herramienta para mantener a raya nuestra autoestima, porque no nos sentimos solos, sentimos que le importamos a alguien, que se preocupan por nosotros; es crucial para el mantenimiento de la salud y el bienestar.
     Pero al mismo tiempo, creo que es un peligroso recurso, que puede generar dependencia, ansiedad, depresión; y es que no es lo mismo el apoyo recibido que el percibido. Y vuelvo a decir que los enfermos somos egoístas y a veces no nos damos cuenta, o lo que es peor, creemos que es obligación de los que nos rodean el cuidarnos, atendernos, apoyarnos. En ocasiones nuestro entorno está haciendo verdaderos esfuerzos para prestarnos apoyo, tanto material como emocional y nosotros no lo vemos, no lo percibimos y en consecuencia no lo valoramos.
    Puede ser que nuestra pareja esté trabajando más horas para suplir el que nosotras no lo podamos hacer; que pida permiso para acompañarnos a todas las consultas médicas, que haga la compra o cargue siempre con las bolsas, que cocine o se ocupe de los niños cuando nosotras estamos agotadas; pero si se olvida de preguntarnos cómo estamos, o lo que es peor hace un comentario tipo ¿también te duele hoy?, “siempre te duele algo”, olvidamos todo lo anterior y nos deprimimos porque no nos entiende.  Somos egoístas.
   Tenemos fibromialgia, sí, una enfermedad crónica, sí; pero no por ello el mundo gira en torno a nosotras, no por ello todo el mundo está obligado a rendirnos pleitesía.
    Debemos aprender a valorar el apoyo que nos brindan los que nos rodean, y devolvérselo, porque no es fácil convivir, pertenecer al entorno más cercano de un enfermo crónico.
   Es mejor que aprendamos a valorar, a ser más objetivos y reestablecer nuestro orden de prioridades, poniendo a la enfermedad en el lugar que merece, no en el centro de nuestras vidas, ese lugar debe estar ocupado por nuestros seres queridos.




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