Una vida normal.

     Hoy no creo que pueda sacar algo positivo, puede que ni tan siquiera algo bueno porque mi cabeza se ha bloqueado.     Y aquí estoy sentada frente al ordenador y a mis manos sólo acuden palabras de desánimo, de desesperación. Palabras abatidas por el dolor, la impotencia de verme así, incapacitada ante la vida.     No me rindo, no, no es eso. Siempre adelante, lo mantendré invariablemente, pero sí que me paro, me miro, siento mi cuerpo y pienso, me planteo; hasta donde me va a llevar esta jodida enfermedad. Hasta que límites va a dañar mi maltratado cuerpo.

     Porque yo puedo tener mucha confianza, seguridad, optimismo, vitalidad, puedo ser feliz, la más feliz del mundo; pero me duele. Me duele y odio que me duela, pero no puedo hacer más que seguir como hasta ahora, plantándole cara, y centrándome en vivir, en sentir, en disfrutar. Claro que a veces no es suficiente, porque quiero tener una vida normal, quiero poder tumbarme en el sofá sin consecuencias para la espalda, quiero poder comer sin pensar en cómo me va a sentar, quiero poder sentarme a hablar, a comer, sin tener que arrastrarme al levantarme, quiero poder ponerme tacones sin arrepentirme a los tres minutos, quiero poder traer la compra sin que suponga un suplicio, quiero poder secarme el pelo sin pararme a descansar, quiero dormir.  
     Quiero vivir sin tener que adaptar mi postura continuamente, ni controlar los tiempos, ni pensar en el mañana, ni en las consecuencias de cualquier actividad. Quiero vivir una vida normal.
     Pero sé que no es posible, sé que me ha tocado vivir con fibromialgia, y sé qué a día de hoy, es para toda la vida, es una enfermedad crónica. Qué sí, que no es degenerativa, qué de esto no me voy a morir, qué hay gente peor que yo, pero coño, es que me duele, siempre, a todas horas, duele.
      Y me jode enormemente verme así, limitada; puesto que sí; mi vida tiene límites. Hace años que tengo esta enfermedad, 15 ya, y adaptarme a vivir con una enfermedad crónica me ha exigido tiempo, paciencia, me ha costado en más de una ocasión mi salud mental, y me ha llevado a lo más profundo del abismo después de haberlo perdido todo. Pero aquí sigo, luchando; a mí, me ayuda expresar, describir mi frustración, mi tristeza.
     Me refuerza plasmar en la pantalla, (escribir a mano hace tiempo que lo deseché, por el dolor), lo que siento; lo veo escrito y me digo, “pues no vamos tan mal, venga Maite, recuerda, Siempre Adelante”. Y escribo, me dejo llevar, aunque en demasiadas ocasiones tengo que parar porque no encuentro la palabra exacta que quiero escribir, la he olvidado; no encuentro la forma correcta de expresarme, lo cual me produce una enorme tristeza, ya que las palabras me han acompañado siempre, desde que de niña pasaba horas leyendo las fantásticas historias de Julio Verne o las Aventuras de Los Cinco, siempre leyendo, siempre escribiendo, sin embargo ahora no acierto con las palabras, se han perdido en la neblina que ocupa mi cerebro, en la bruma que me lleva a no recordar, a no retener. Que cruel destino para quien adora leer y escribir.
     También me refuerza, ayudar a los demás, a otras enfermas; tender la mano a otras personas afectadas alivia mi sensación de pérdida; es el egoísmo del altruismo podrán pensar muchos; pero también es el no sentirte sola, el saber que hay más gente como yo, que me entienden cuando digo que no puedo más, que me duele.
     Asimismo, tengo que decir que esta enfermedad me ha ayudado a descubrir una capacidad de adaptación y una resistencia que nunca imaginé que pudiera tener. He aprendido muchísimo sobre mí, al tener que estar en continua alerta ante los nuevos retos, los nuevos síntomas, los nuevos dolores, los nuevos obstáculos; todo esto me ha ayudado a crecer como persona, me siento fuerte y segura. Veo la vida de otra manera, valoro las cosas de otra manera, porque ahora me fijo, siento las pequeñas cosas de la vida, los pequeños placeres y los disfruto.



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